El lenguaje tecnocrático

El informe anual del Banco de España ha despertado muchos cuestionamientos. Es natural que sea así porque es el primero que se presenta tras el deterioro que sufrió su prestigio hace un año, cuando se produjo el hundimiento de Bankia y del equipo que dirigía Rodrigo Rato y la salida de Miguel Ángel Fernández Ordóñez. Muchas personas sienten que Luis María Linde debió ser más autocrítico con la entidad.

Una crítica que no se ha formulado es la del lenguaje que emplea el documento. Son numerosos los pasajes donde se recurre a un lenguaje tecnocrático y esotérico que oscurece los planteamientos de fondo. Por ejemplo, en la página 25, en la segunda parte de este párrafo referido al umbral en que la deuda pública se convierte en un lastre: «La evidencia disponible para España sobre esta cuestión sugiere que el nivel de deuda pública alcanzado en la actualidad se acercaría al entorno de dicho umbral, de manera que el anclaje de las expectativas de los agentes en la estabilización de la deuda en dichos niveles o inferiores resultaría relevante para mitigar las presiones sobre los costes de su financiación» (la cursiva es mía).

¿El anclaje de las expectativas? Por lo visto, el redactor quiere advertir a los responsables del Gobierno de que sería conveniente dejar ya de endeudarse para evitar que los acredores se pongan nerviosos y pidan intereses más altos por prestarnos dinero.

El Banco de España no puede hablar coloquialmente en sus informes, pero debería esforzarse por huir del lenguaje tecnocrático que, como decía el profesor José Luis Martínez Albertos, es «el modo de expresión utilizado por los técnicos que tienen poder político (o que aspiran a entrar en los reductos del poder político)». Hablamos de un modo de expresión que no tiene nada que ver con la jerga técnica, propia de los expertos cuando hablan entre ellos, sino de un lenguaje utilizado por estos grupos en sus relaciones políticas, tanto con los ciudadanos como con el poder. Este lenguaje suaviza y oculta la auténtica dimensión de lo que sucede.

Hacia el final del franquismo, profesores como Martínez Albertos, Gonzalo Martín Vivaldi o Ramón Nieto estudiaron el lenguaje tecnocrático o funcional, el totalitario o el político como patologías del discurso público de las que había que huir.

Hace pocas semanas, la Fundación del Español Urgente (Fundeú BBVA) y la Fundación San Millán de la Cogolla celebraron el VIII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo dedicado al lenguaje de la crisis. Ahí tuvimos ocasión de recordar una gran verdad que Manuel Conthe, ex presidente de la CNMV y presidente del consejo asesor de Expansión, acostumbra a poner de relieve: la expresión «participación preferente», autorizada a las cajas de ahorros por la ley 19/2003 de 4 de julio, era engañosa desde el primer momento porque suscitaba la impresión de ser un valor financiero «privilegiado». Conthe dice que si las preferentes se hubieran denominado «deuda perpetua ultrasubordinada» hubiera sido muchísimo más difícil colocársela de tapadillo a la población.

john.muller@elmundo.es